Si por murallas, pasión nunca sabida,
voces proclaman tu carne como escena,
¿qué tu boca sin sed, de tierra llena,
responde a nuestro amor y enorme vida ?
¿Escucharás siquiera la florida
rama de encina, por siglos tan serena,
o el vidrio que derrama en dura pena
peña sufriendo ríos sin medida ?
Muerte cegó tus ojos y usó el frío
hierro en tus pies, cadenas destinadas
a privarte del aire y del rocío.
José Antonio, señor, yacen desesperadas,
olvido del invierno y del estío,
las naves mozas por tu canto armadas.
Alvaro Cunqueiro
segunda-feira, janeiro 30, 2006
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